No siempre que bajan los precios que se pagan por los productos agrícolas en las haciendas, llegan a beneficiar a los clientes finales de las tiendas de barrios. Los vaivenes de los precios, sobre todo, cuando abaratan, no llegan a transmitirse a lo largo de la cadena. La inercia se rompe justo al final, pese a que la regulación de los precios ha estado en la mira del Gobierno. Los productores agrícolas lo achacan a que los controles han dejado fuera a las pequeñas tiendas barriales.
Víctor López, expresidente de la Cámara de Agricultura de la I zona, dijo a EXPRESO que faltan autoridades que hagan respetar los precios en toda la cadena comercial. Los pequeños comercios se aprovechan de la insuficiencia de controles ya que no respetan la obligación de tener a la vista del consumidor una lista de precios actualizada. Un deber que sí es revisado en los mercados de mayoristas y mercados municipales. “Existe una estructura horizontal y la mente de los dueños de las tiendas de barrios es rentistas”, razona el economista Juan Carlos Jácome, exintendente de la Superintendencia de Control de Poder de Mercado, consultor económico de Economía, Mercados & Sistemas Consultores (EMS).
En definitiva, eso se traduce, por ejemplo, en que en el mercado Montebello de Guayaquil un saco de papa chola cuesta $ 17 (la libra sale de allí a $ 0,17) mientras que en las tiendas de barrio una misma libra cuesta el doble o más (entre $ 0,35 y $ 0,50). O sea, el mismo saco de papa dejan en la caja del tendero entre $ 35 y 50, pese a que el flete en la ciudad -de norte a sur- está en torno a los 15 dólares, a repartir entre toda la mercancía.
Este encarecimiento desconectado de la realidad agrícola afecta a la economía familiar, donde el presupuesto, solo para papas, siguiendo el ejemplo, puede duplicarse (de 1,7 dólares a $3,5 por 10 libras). Una inflación invisible para las cifras oficiales, que solo registran la variación en los mercados donde sí se hacen controles.
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