“Uno ve a la empresa privada como un monstruo que lo va a devorar, pero si no hubiera aparecido PepsiCo, el campo no crece”.

Así de directo se expresa Javier Castaño, un agricultor colombiano que provee de plátano verde a la firma estadounidense de refrescos y alimentación.
A Castaño todos lo conocen como “Tata” en la Asociación Nacional Agropecuaria de Productores de Plátano de la localidad de Belén de Umbría (Asplabel), en el “Eje cafetero” del centro-oeste de Colombia, que agrupa a 200 agricultores y 50 mujeres empleadas en su maquila, la planta de procesamiento donde se pela la fruta.
Desde Asplabel sale el mayor suministro (40%) de plátano para PepsiCo, la primera compradora industrial de esta fruta en el país y productora de los populares snacks Natuchips y Toditos, que se ven en las tiendas y en los típicos carritos de venta ambulantes.
Café en mano, Tata, representante legal de Asplabel, recuerda que los campesinos locales, “casi todos víctimas de la violencia”, se asociaron en el año 2000, para dedicarse al cultivo del plátano, que para muchos ha pasado de ser algo residual a un medio de vida.
Los “parámetros cambiaron” hace nueve años, cuando firmaron un contrato para vender su producto a un precio pactado con PepsiCo, empresa que les ha dado infraestructuras y capacitaciones.
Antes, “los comercializadores se enriquecían a costilla del productor”, a menudo sujeto a agentes violentos, robos o estafas cuando llevaba su mercancía al mercado fresco, relata Lucía Marín, otra agricultora.
Ella llegó a Asplabel en 2003 tras perder a su esposo, asesinado, que gestionaba la finca familiar de café y con dos pequeños a su cargo. “Me tuve que enfrentar a la realidad de los negocios”, dice esta pequeña empresaria que hoy emplea a cinco personas y baraja plantar más plátano.
El plátano que producen estos agricultores en sus fincas se transporta a la maquila de Asplabel, en la cordillera del departamento de Risaralda, desde donde cada semana se envían a Bogotá unas 30 toneladas de fruta pelada.
La maquila se alza cobijada entre palmeras y junto a ella se ultiman las obras de un jardín de infantes para la plantilla, compuesta en su mayoría por mujeres que son cabezas de hogar.
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