Si bien la de pescado es una de las más comunes, las harinas que sirven como alimento o balanceado para animales provienen de múltiples fuentes: las hay de otros mariscos como el camarón y el calamar; o de productos cárnicos y avícolas. También de vegetales como la soja, quinua, trigo, algodón, sorgo o maíz. Y ahora también… de insectos.
Pero no de cualquiera de ellos. Se trata específicamente de una mosca conocida como ‘Soldado Negro’ (Hermetia Illucens). Y de igual manera que ocurre en los casos de fuente animal, para que pueda generar una producción a escala este sistema requiere que los insectos sean criados y cultivados en granjas, donde son alimentados por los residuos orgánicos de la agroindustria.
En términos más simples, son moscas criadas con los restos de las frutas y verduras que desechan las plantas de jugos y alimentos procesados. Residuos que actualmente terminan en los botaderos de basura.
“La larva de la mosca crece, engorda, se la cosecha, procesa y se convierte en harina de insecto de por lo menos 45 % de proteína y 26 % de grasa”, afirma Mauricio Laniado, gerente de Bioconversión, una empresa privada local que está montando en Guayaquil una planta de 2.700 metros cuadrados para aplicar este sistema.
Según Laniado, esta harina es un insumo muy deseado por la industria de alimentación animal, no solo por su valor proteico, sino también por su facultad de proteger el sistema digestivo de los animales que la consumen, debido a sus ingredientes como la Chitina.
Bioconversión construye la planta en los terrenos de la Zona Especial de Desarrollo Económico (ZEDE) del Litoral, el proyecto regional de innovación y transferencia de tecnología de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol).
“Además, como subproducto, lo que la larva excreta al comer es un abono orgánico rico en nitrógeno, fósforo, potasio y microelementos diversos para mejorar el suelo agrícola y fertilizarlo”, agrega Laniado.
O sea, todo se reutiliza. “Es un ejemplo de lo que se conoce como economía circular”, acota el presidente de la ZEDE del Litoral, Sergio Flores.
Y aunque apuntan al sector agroindustrial como proveedor de residuos, esperan también recibir los de los hogares, donde los restos orgánicos son la mayor cantidad de desechos.
Laniado cita otras ventajas de la harina de insecto sobre otras como la de pescado. Dice que el 30 % de la población de peces es sobreexplotada, o sea, pescada más allá de su capacidad de reproducirse; y más del 60 % explotada hasta su límite. Y que eso incide en la cadena alimenticia de la fauna marina.
De igual forma, asegura que producir una tonelada de proteína demanda al menos 3.000 metros cuadrados si es de soya; frente a 300 metros cuadrados si es de la larva de insecto.
Flores coincide en que es el tipo de proyectos que impulsan: que no haya en el país y que ofrezca valor agregado como su beneficio ambiental. Y sustituye un producto necesario por otro con más valor proteínico, pero a un menor costo.
DEMORAS BUROCRÁTICAS Y OFRECIMIENTOS EN ESPERA
El Ministerio de la Producción y otras instancias gubernamentales son las que aprueban los proyectos que pueden instalarse en una ZEDE. Demoras en los trámites y autorizaciones han retardado la construcción de esta planta, según relata Mauricio Laniado.
A ello se suman otros trámites necesarios, pero que se tardan, a su criterio, de manera excesiva. Afirma que ha debido contar en meses la espera de un permiso ambiental y hasta de una solicitud de conexión eléctrica para la planta.
El presidente de la ZEDE del Litoral, Sergio Flores, dice que motivos similares ralentizan la llegada de otras empresas. También está a la espera de que el Municipio de Guayaquil cumpla un ofrecimiento efectuado desde la administración anterior, de construir una vía interior que atraviese los terrenos de la ZEDE.
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